Apuntes para una estética del mal

Apuntes para una estética del mal


Eugenio Garbuno Aviña, Ciudad de México, enero de 2010.



El pasado 8 de diciembre de 2009 apareció publicado en el periódico La Jornada un artículo de la Dra. Teresa del Conde, titulado “Coloquio en Chiapas”, en el cual desarrolla la relatoría de la versión 33 del Coloquio Internacional de Historia del Arte del Instituto de Investigaciones Estéticas en San Cristóbal de las Casas, con la temática Estética del mal: conceptos y representaciones, propuesta por la investigadora Martha Fernández. Este escrito es una breve réplica a dicho coloquio y las ponencias allí presentadas. Según lo expuesto por la Dra. Del Conde, las participaciones abundaron “en la demonología, de modo que diablos, perseguidores, perseguidos, Lucifer, las postrimerías, la demonización de las deidades indígenas tuvieron amplia cabida”, así como las reflexiones en torno al cine porno silente, el de ciencia ficción, el de personajes psicóticos y el de horror; también se trató el tema del sincretismo indígena y el hispánico en la fusión religiosa de un Judas-Tezcatlipoca, y el tópico del seductor Don Juan. Al parecer el tema del mal se escabulló y no se dejó aprehender con facilidad, y las ponencias sólo atisbaron un problema en realidad más complejo y profundo: la maldad humana. Dejando de lado las discusiones religiosas y moralistas, según las cuales el mal es ontológicamente el reverso de Dios y el bien, identificándolo con el diablo, y metafísicamente la manifestación negativa del poder divino, la presencia del mal en la vida humana es una realidad, personificado en Satanás, en el enigma del mal para Job, en la relación del mal con el poder, la corrupción y la decadencia, sobre todo pobreza e ignorancia, estupidez y negación de la propia vida: degeneración. Así una estética del mal como representación del círculo vicioso, y el proceso de la destrucción como efecto de la entropía de la sociedad de clases capitalista. Todo esto recuerda la película Feos, sucios y malos (Brutti, sporchi e cattivi), dirigida por Ettore Scola en 1976, donde el odio y la mezquindad en la pobreza son la expresión más neta de la maldad humana, en esta cruda pieza del neorrealismo italiano. Algunos antecedentes de esta puesta en escena del mal serían, en la literatura, Los miserables (1862) de Víctor Hugo y en el cine, Los olvidados (1950) de Luis Buñuel; algunas películas posteriores explotan el tema, entre ellas Ciudad de Dios (2002) y Carandiru (2003), ambas brasileñas; en la primera, el hampa en las favelas; en la segunda, amotinamiento y masacre en una prisión. En el cine de Hollywood, el infierno o el mundo alucinante de la droga en el film del director canadiense David Cronenberg, El almuerzo desnudo (1991) sobre la novela homónima (1959) de William S. Burroughs. El cine negro roba el aspecto de un comic sobre la paidofilia, la corrupción del poder, la muerte de prostitutas y violencia extrema en el film Sin City (2005) dirigida por Robert Rodriguez, el mal estetizado en el alto contraste del claroscuro de las viñetas de Frank Miller, un mal caricaturizado cuya procedencia es ignota y la pregunta sobre su origen está ausente: el fantasma del capitalismo… y la esquizofrenia en la apariencia demasiado real. Como las fotografías de Joel Peter Witkin que nos muestran la fealdad y el horror como expresiones del mal, lo grotesco y lo monstruoso en la realidad humana misma, pero las imágenes están construidas a partir de sabias composiciones provenientes de la tradición de la pintura y logran el efecto un tanto kitsch de la belleza mosqueada de la muerte. Así, el mal como catástrofe y por lo tanto sublime, en la pintura romántica de Theodore Gericault, La balsa de la Medusa (1819). En la música, la banda de rock de vanguardia Univers Zero graba en 1979 un disco titulado Heresie, cuyos cortes tienen como sugestivos títulos los nombres de asesinos seriales como Jack the Ripper, Landru o el Dr. Petiot; la música de estas piezas tiene un tempo lento y grave, como el ritmo de un corazón agonizante o paralizado por la angustia, y recrea atmósferas lúgubres y aterradoras a partir de disonancias que producen el efecto del miedo, es la perfecta banda sonora de películas de horror. Esto recuerda una parte del libro de Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos (1967), donde trata del encuentro con el mal, y refiere no sólo a estos asesinos célebres, sino también a nuestro compatriota, Goyo Cárdenas, y propone una nueva disciplina: la victimología. El antecedente es, desde luego, Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1829), de Thomas De Quincey. Pero cuando el arte utiliza como recurso a la realidad misma como material de una estética del mal, se produce una perversión de ésta bajo la forma gratuita de la banalización del mal, como veremos a continuación.



Contra un arte despiadado y estúpido Hace algún tiempo se cometieron las peores atrocidades en nombre de la religión: de la cacería de brujas a las torturas y hogueras de la Inquisición, de las persecuciones de herejes a las guerras santas. En nombre de la libertad han sido sacrificados miles de seres humanos en las cruentas revoluciones armadas, para luego instaurar regímenes más opresores, si cabe. Por la ideología hemos vivido los sistemas totalitarios en todo el mundo y la humanidad se ha entregado a las peores carnicerías en las guerras mundiales y los conflictos bélicos del siglo XX. Por la vesánica ambición del poder millones de personas mueren de hambre, unas naciones someten a otras y el imperialismo norteamericano justifica su violencia por el terrorismo que ellos mismos ejercen. Con una actitud cínica y valiéndose de la máxima maquiavélica, “el fin justifica los medios”, ciertos personajes se consideran facultados para hacer estupideces y esperar sentados el aplauso del público. Parece que el arte contemporáneo es una celebración de la estupidez y la banalidad, porque la misma sociedad actual parece no querer otra cosa. Sólo mirar con aire indiferente un espectáculo que degrada a la misma humanidad y nos convierte en “post-humanos”. Es así, que en nombre del arte, los denominados “artistas”, verdaderos suplantadores que sólo buscan sorprender a una masa embrutecida por los medios electrónicos, llegan a cometer actos que rayan en lo criminal. Así, el caso reciente de uno de estos usurpadores que sólo especulan con la pérdida de asombro de la gente, utilizó el recurso inmediatista, por no decir amarillista, de escandalizar y provocar la absurda y bizantina discusión sobre el hecho de considerarlo arte o no, mediante el acto cobarde de atar un famélico perro para dejarlo morir de hambre y sed. Un desmañado efecto “artístico” que consistió en hacer una “instalación” con comida para perro para formar la palabra “comida”. Lo más sorprendente fue en realidad la indiferencia del público y su cobardía por no atreverse a liberar al animal: en nombre del arte se les prohibía a actuar con sentido común; no era posible violar esa palabra sagrada que les impedía actuar como seres humanos; era en realidad un ritual de la estupidez y la vanidad humana. En ese sentido, sería preferible que no hubiera arte. Que el arte no se tome por una palabra tan seria que cuando se posa sobre el objeto más anodino o sobre la acción más abyecta se debe reverenciar como un dios resucitado. A falta de algo qué decir, los que se dicen artistas o son reconocidos por otros como tales, buscan justificar actos absurdos con las teorías más obtusas, haciendo del arte otra ideología que servirá de cobijo a un empleo sistemático de la violencia. Si la gente mira indiferente el espectáculo de un perro indefenso que no puede alimentarse, es cómplice de algún modo de esa muerte. Más tarde, algún “artista” pensará en el exterminio de los pobres o de los indigentes tal vez. Esto podría ir en aumento con la licencia del arte y de la estupidez humana. Tal vez haya que detenernos a pensar en lo que escribió Paul Virilio cuando habla de un “arte despiadado”: estar en el museo de Auschwitz produce la misma sensación que estar en un museo de arte contemporáneo. Para no ir más lejos, aquella “instalación” de Miguel Ventura, que presentó en la inauguración del MUAC de la UNAM, en la que jugando con la reiteración el símbolo nazi, animales disecados (sobre todo ratas), imágenes pornográficas y kitsch, y un espacio laberíntico, recreaba un experimento de laboratorio en el que las ratas son los visitantes… una estética del mal pervertida en discurso cínico y fascista. Para Ventura el público no le merece ningún respeto y su ironía vacía sólo nos dice del desprecio que tiene hacia la humanidad desde su déspota juicio de pseudo superioridad.